Auguro parabienes al suelo en que fundé mi ley, aúlla Saint John Perse como una sonoridad oculta tras el propio grito, como una siembra de pasos detrás de su aposento, en su tierra conquistada, palabra o desierto de amantes.
Yo me auguro y grito, sin confundirlo con un aullido, grito de estado y de soberbia inaugural, ascendencia de un ritmo de las cosas que he seguido hasta sentarme aquí, en el suelo fundado y que nos da la ley de la invalidez, este suelo que regala suelo, que funde el suelo, y que devora suelo.
Cómo fundar leyes, cómo hacerse incandescente en la noche en un suelo fundado ya por savia extraña, cómo sembrar aullido si las paredes son la proyección del suelo severamente forjado, si la ley se funda a base de rayar el suelo con las rodillas, si hay más ley en la herida de una caída que en el suelo que te hunde al caer.
Yo me auguro y grito como grita la boca del desahucio al fundir mi ley con el suelo.
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