Mark Strand tiene esa capacidad de estar en el poema sin estar. Está presente, al principio, siempre, pero se aleja poco a poco hasta que ves tu propia cara dentro del espejo de papel y él ya te saluda desde otra colina, a lo lejos, y así, con las palmas hacia a rriba y los hombros encogidos te dice: "chico, esto es así, arréglatelas como puedas". Con Hombre y camello a medias ya tengo necesidad de airearlo.
Dos caballos
Una cálida noche de junio
fui al lago, me puse a cuatro patas
y bebí como un animal. Junto a mí
llegaron a beber dos caballos.
Es increíble, pensé, nadie lo creerá.
Los caballos me miraban de vez en cuando y bufaban,
asentían con la cabeza. Sentía la necesidad de responder y bufé yo también,
pero titubeaba, como si no quisiera que me oyeran.
Los caballos debieron de darse cuenta de que me retraía.
Se alejaron un poco. Entonces pensé que acaso me habrían conocido
en otra vida: la vida en la que fui poeta.
Puede que incluso hubieran leído mis poemas, porque entonces,
en aquel tiempo sombrío, cuando nuestra impaciencia no tenía límites,
cambiábamos de estilo con tanta frecuencia como días hay en el año.
Mark Strand, Hombre y camello, Visor 2010. Traducción de Dámaso López García.
2 comentarios:
Claro, claro. Está en la misma línea de Reidar Ekner. ¿Y quieres saber más? Ya te lo había leído cuando lo publicaste y pensé lo mismo en aquel momento. Cosas...
Un abrazo.
Me alegro de poder compartirlos¡¡¡ Un abrazo fuerte, ci vediamo domenica sera¡¡¡
Publicar un comentario