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Hopper a Genova

Edward Hopper: Morning sun.


En Génova, en el Palacio Ducal, nos hemos encontrado con una maravillosa exposición que con la excusa del viaje reunía una buena muestra de la obra de Van Gogh, de Gauguin, de Turner, un Rothko, varios Kandinsky y de este señor del cual rescato este archiconocido cuadro. Encontrar esta exposición ha sido de lo más reconfortante y valioso que me ha pasado últimamente, por muchos motivos, el primero de ellos porque por fin he hecho cola en Italia durante una hora para algo que realmente me apetecía, y los demás motivos son tan intangibles que los expongo utilizando una sola palabra: hambre. Después de pasar casi una semana entera metido en casa con una bronquitis tenía la necesidad de devorar (la noche anterior hubo sed, la sacié y ahora tocaba lo que tocaba).

Me encanta Hopper, y creo que en mí es una rareza, pero me encanta la lucha que establece entre las luces artificiales y las naturales, cómo elimina del ser al ser y cómo dota de ser al no ser, a la esquina, a la pared, a los pies de una cama... Este cuadro concretamente siempre me ha fascinado. Lo he encontrado en una sala minúscula en la que había infinidad de gente observando unos lienzos de Turner y escuchando una grabación en las audioguías, con lo que era difícil que se percataran de que intentaba cruzar la sala para encontrarme con el Hopper que estaba, casualmente, solo bajo esa luz que le impone la sala y que le confieren los visitantes al pasar por delante del cuadro. Como digo, desde la entrada lo vi entre los numerosos hombros y troncos que se rozaban sin hablarse y que permanecían fieles a la grabación sonora de la vida y obra de los otros pintores. Al desplazarme como pude hasta el cuadro medité por dónde entraría si tuviera que hacerlo, si tuviera que comunicar algo a Jo, quiero decir, si debería entrar, dado el caso, por la ventana, que es por donde entra esa explosión de luz que ciega las piernas de la mujer, pero pensé que no, ya que ella no es capaz de ver ni tan siquiera la luz, menos aún la ventana, está tan ensimismada que podría entrar un cohete por ella y no lo notaría, entonces pensé, ya delante del cuadro, que seguramente sería más fácil despertarla del sueño consciente desde la puerta que debe existir justo donde estoy ahora, y que ha debido de ser cerrada hace muy poco tiempo, ya que las manos, los pies y la cara de esta mujer revelan cierto calor, existe un tono rojizo que invita a pensar que su ritmo cardiaco hace poco tiempo era elevado. Precisamente esta es una de esas cosas que me atraen de Hopper, esa especie de sexualidad latente que emerge de los cuerpos y las posturas de los individuos, posturas de abandono, de vergüenza, de litigio, de mercadería, de ultimatum, de soledad en definitiva, como en Summer evening. Por tanto sé que de entrar lo haría por ahí y me habría cruzado seguramente a un tipo con un traje verde oscuro y un sombrero marrón en la mano por una escalera con barandilla de madera, bajando con cierta prisa y pisando un escalón por paso, con las puntas de unos zapatos negros y sucios.

Forzaría la entrada, con cuidado, con una tarjeta, sé hacerlo, y además esta puerta sería antigua, ya que este cuadro está pintado en 1952, con lo cual no sería difícil introducir la tarjeta y dar un pequeño golpe a la puerta para asomar la cabeza y cerrar un poco los ojos debido a la luz en la cara. Pero pensándolo bien, tan solo podría sentarme a su lado y mirar hacia abajo, como otro ser aislado más, como la chica de la habitación de hotel.

Por tanto, abandoné la idea y abandoné a Jo, mujer de Edward y modelo en casi todos sus cuadros, y me dejé llevar junto al resto de los visitantes por el orden que indicaba cada una de las salas, pasando por delante de algunas otras obras que merecieron una atención especial, sin embargo no pude dejar de detenerme ante una de las vigilantes de la muestra; dejé de seguir a cualquiera y dejé de mirar hacia las paredes y hacia las vitrinas que mostraban, como seres aún vivos y solitarios, cartas y manuscritos de algunos pintores, para fijarme sólo en la escena que tenía delante, era como si estuviera viendo de nuevo a Jo, a la mujer de Hopper, pero ahora en la realidad, inmersa en nuestro mundo, iluminada por una luz artificial como las de sus cuadros, rodeada, inmensamente rodeada de gente, más, monstruosamente rodeada de gente, pero categóricamente sola y lejana de cualquier punto de luz, de silencio, de geometría, de artificio, y desde luego de metafísica. Estaba viendo otro Hopper, estaba ante la constatación de que las paredes que descubren sus cuadros no existen, al menos aquella en la que estamos nosotros, ya que formamos parte del silencio del mundo, de todo el mundo, cuando callamos, cuando no levantamos la voz, somos parte de la quietud, cuando no movemos un dedo, y somos desde luego, la fuente de la metafísica con la que analizamos cada poema, cada libro, cada cuadro y cada sombra que producimos. Me hice ver a mí mismo que somos parte de la nada cuando no esperamos nada, y que todo aquello de lo que queremos participar está ya dentro esperando a que le dé la luz necesaria. Este es el Hopper que vi representado New York Movie.

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