[...] Nada de lo conocido, nada de ningún esplendor venidero
es comparable al paratruenos del cardenal moribundo,
ni la aguja de los jeroglíficos ni el diosecillo de oro en el follaje de pórfido,
ninguna ausencia es aquí más inalterable que esta ruina del paraiso
donde el dueño de Roma mira al albañil que ha hecho de la demolición
su arte de vida,
al carpintero que con manos heridas por la garlopa talla una
delgada arpía en el bestiario del coro,
y por esa cicatriz mira el ojo pagano los peces cúbicos de la edad de Cristo.
Corre por las calles el rumor de la traición a Gramsci,
los índices remiten a páginas blancas, la soberbia hace frontera con la justicia.
Mis dudas han entrado en la embriaguez del cáñamo, mi decisión en la fragilidad del vidrio.
Roma se hunde en el pudridero de las canteras latinas, la luz entra en sus huecos como la cuchilla del descarnadero. Oigo la oxidación de las bestias, oigo el mugido espeso de los feroces sátrapas,
al oferente en su caverna profunda ante el cuerpo de Mitra. Llamo veneno al aceite de la higuera de los ahorcados, llamo flor crepuscular al cuajo de sangre de los mataderos.
Este es el invierno hacia el que la lengua roja de los animales ruge, ésta la boca infame en la bacanal de los regentes [...]
Juan Carlos Mestre, La tumba de Keats.
es comparable al paratruenos del cardenal moribundo,
ni la aguja de los jeroglíficos ni el diosecillo de oro en el follaje de pórfido,
ninguna ausencia es aquí más inalterable que esta ruina del paraiso
donde el dueño de Roma mira al albañil que ha hecho de la demolición
su arte de vida,
al carpintero que con manos heridas por la garlopa talla una
delgada arpía en el bestiario del coro,
y por esa cicatriz mira el ojo pagano los peces cúbicos de la edad de Cristo.
Corre por las calles el rumor de la traición a Gramsci,
los índices remiten a páginas blancas, la soberbia hace frontera con la justicia.
Mis dudas han entrado en la embriaguez del cáñamo, mi decisión en la fragilidad del vidrio.
Roma se hunde en el pudridero de las canteras latinas, la luz entra en sus huecos como la cuchilla del descarnadero. Oigo la oxidación de las bestias, oigo el mugido espeso de los feroces sátrapas,
al oferente en su caverna profunda ante el cuerpo de Mitra. Llamo veneno al aceite de la higuera de los ahorcados, llamo flor crepuscular al cuajo de sangre de los mataderos.
Este es el invierno hacia el que la lengua roja de los animales ruge, ésta la boca infame en la bacanal de los regentes [...]
Juan Carlos Mestre, La tumba de Keats.
3 comentarios:
la tumba de keats es uno de los libros más cojonudos de los últimos veinte años. sólo quería decir eso.
Cuánta razón tienes, me gusta que en asuntos así se sea vehemente jajaja. Ah¡¡¡ y vivan los pixies, sonic youth, radiohead....
que vivan, carajo!!!!
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