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Un puente sobre el Drina - Ivo Andric

Imágenes: Matías Miguel Clemente


Un viaje cualquiera a Bosnia empieza en el momento en el que tus manos empiezan a hojear libros que contienen fechas, que contienen datos, nombres, nombres difíciles de pronunciar que se convierten en enemigos para toda la vida, nombres impronunciables que se contienen y que se convierten en víctimas para toda la vida, vidas que se hacen carne en libros, en documentales, o en cómics. Ahí empieza el viaje a Bosnia, en un pronunciamiento, en un mapa de carreteras que triplica el espacio que da tu mesa de salón, comienza en un árbol genealógico que arranca de una búsqueda en la Wikipedia, comienza sin saber dónde vas a pellizcar para levantar la piel un poco.


Hablo de Bosnia, además de porque este libro es enteramente bosnio, porque Croacia es otra cosa, además de que estando en Bosnia estás al mismo tiempo en Croacia, en Eslovenia, en Turquía y también en Serbia, sí también en Serbia, porque aparece su imagen mental en cada rincón del país sin necesidad de subir a Banja Luka ni de cruzar la frontera del Drina.


Pero el verdadero viaje a Bosnia comienza con este libro, con El puente sobre el Drina. Comienza sin ser cronológicamente el verdadero comienzo, ya que empiezo su lectura después de mucho leer y observar y escribir, sin embargo empieza porque en la escritura de Ivo Andric ya se intuye la grafología balcánica, y es pensamiento balcánico y suenan entonces las campanas y los minaretes, y ya huele a humo, y los judíos ya susurran y cantan, y porque por fin el Drina, después de bañarme de sangre en Gorazde a través de Joe Sacco, de verter ira en Focha, o de comerse las piedras de los puentes destrozados, por fin, digo, empieza a sonar como suena un río, empieza a contestar preguntas, a deshilachar la carne del paso humano por sus puentes y a permanecer como sombra intacta que observa y canta. Y todo esto lo digo después de recordar que mis expectativas con este libro eran muy, pero que muy distintas debido a mi hambre por lo tremendo, por lo frenético de los acontecimientos que precedieron de manera relativamente inmediata a este viaje, hambre de sobresalto inconsciente y frívolo. Hambre en definitiva por un ritmo narrativo y por una sucesión casi caótica de relatos. Hambre que cambió de forma y de sabor en poco tiempo. El libro me acompañó todo el viaje, y al regreso me seguía acompañando porque no lo había terminado, al regresar me faltaba la mitad exactamente por dos motivos capitales, porque en según qué momentos estaba a otras cosas y porque la lección rítmica que me estaba dando era para administrarla a su propio ritmo. Porque además de fábulas, de sujetos, y de episodios hay lección de ritmo, sí. Alí-Hodja, sabio de Visegrad, refiriéndose al aumento de ganancias de los vecinos con la invasión austriaca, da la vía que necesito de la siguiente forma:

lo que cuenta no es el tiempo que el hombre economiza, sino cómo emplea el tiempo economizado: si lo emplea para hacer el mal, valdría más que no dispusiese de él. Trataba de probar que lo principal no es ir deprisa, sino saber adónde se va y por qué, concluyendo que la velocidad no significa siempre una ventaja.


La historia de los pueblos eslavos del sur, a través de las historias que sería capaz de contar el puente de Visegrad si las piedras hablaran, la traducción que ha hecho Andric de lo que parece que le ha contado la piedra, como una leyenda más del libro que no estuviese escrita y que no hubiera querido contar como epílogo. La vida de un puente y de todas las leyendas generadas, desde empalamientos a aquellos que se opusieron a que los turcos comandados por Mehmed –Pacha construyeran el puente, hasta el momento en que Franz Ferdinand es asesinado en Sarajevo, en el puente latino, y comienza la 1ª Guerra Mundial. La historia de la bella Fata, y su negativa a casarse con el joven al que la prometen y su respuesta en la kapia del puente, la llegada de la iluminación por parte de los pueblos germanos invasores, la inclusión de una carga explosiva en el pilar central por si un día hubiera que cortar el paso a según qué pueblos, el vaivén de pensamientos de los habitantes de Visegrad por culpa de las fluctuaciones políticas, las apuestas de atravesar el puente por el borde, la sorpresa de que el Tuerto sea el único que lo haga borracho, las pestes que cierran el puente a cal y canto, el jugador de cartas que encuentra en una grieta la moneda del demonio. Los diferentes cuerpos de soldados que a lo largo del tiempo han custodiado el paso, serbios, turcos, austriacos, montenegrinos, croatas, aquel soldado austriaco que borracho de la mirada árabe de la bella que atraviesa el puente todos los días, no se percata de que la abuela encorvada a la que acompaña es un terrorista proscrito, el tren, el dejar de unir Oriente y Occidente y unir Bosnia con Serbia, el desgaste, la vejez de la gente, las muertes, las reuniones del Mula Ibrahim con el Pope Nikola, la juventud rebelde del siglo xx, todo lo que causa la ubicación de un terreno transitable, en definitiva, todo lo que acontece desde que el hombre sabe que puede andar sobre el agua.


Una cuerda en un extremo del puente, una cuerda que coges y que empieza a tirar de ti hacia el otro lado, despacio, suave, que afloja la tensión cuando tú quieres que afloje, esa es la maravilla del ritmo de este libro, esa es la maravilla de las historias trenzadas en el pueblo de Visegrad y en el puente, la maravilla de estar muy lejos de ser un conjunto de digresiones o relatos que nos hace alejarnos de la fábula primera. Un paseo atado en el que quieres mirar a veces o te asusta saber lo que vas a ver en el siguiente paso. Un relato sosegado, sobrio, trabajado y convulso al mismo tiempo. Una historia que se eleva por encima de un río para convertirse en puente, un catálogo de grietas desde las que aparecen como pequeños insectos la pobreza y el amor, porque éstas son junto a la tos, según Alí-Hodja, imposibles de ocultar ni siquiera entre las piedras centenarias de un puente.


Un puente sobre el Drina es un libro de viaje, de los que hace que uno no quiera dejar de ver aquello que cuentan. Imagino que la lectura de este libro durante y después del viaje por las tierras de las que habla me cegarán y harán que mi criterio sea como es: emocionado. Y eso es lo que intento desde aquí, dar mi criterio, se trata de eso ¿no?. Es un libro que me une a todo lo que ya vi en Sarajevo, en Mostar, a orillas del Neredva y del Drina. Cualquiera que haya ido a Bosnia recientemente es consciente de que ha pasado mucho tiempo desde la última guerra para según qué cosas, los edificios, los balazos, los obuses sin tapar, se convierten en un momento dado en alimento para la imaginación del visitante, y son, desde luego, marca de la barbarie y marca que aparece y desaparece a través de planes de construcción y de reforma, pero hay obuses sin tapar en la inmensa mayoría de la población, ya que tan sólo aquellos que tienen menos de 18 años no saben lo que es una guerra y un genocidio, y no lo saben pero lo intuyen porque un aire y una calma extraña, hermosa y milenaria cubre cualquiera de sus ciudades, una calma que, podéis creerme o no, cuenta al oído y de qué manera.


Banda sonora del viaje, extrañamente Wilco. (Impossible Germany)



“Eres un imbécil si crees que el alemán ha gastado dinero y ha introducido máquinas solamente para que puedas viajar y resolver tus asuntos más deprisa […] llegará el momento en que los alemanes te transportarán allá donde tú no querías ir”


Un puente sobre el Drina. IVO ANDRIC. De Bolsillo. Abril de 2010. (9,95€)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Bosnia, Bosnia, la tierra martirizada y sus sufridas gentes, tablero de ajedrez donde víctimas y verdugos jugaron la más cruel de las partidas de la vida, la barbarie de la guerra.
Cuantos recuerdos bajo un almendro en flor, cuantas promesas de paz y amor truncadas siempre por el recuerdo de los que no están, de las víctimas absurdas de un conflicto aún si cabe mas absurdo.
Y como cada 11 de julio, desde aquel fatídico 1995, estoy con mi corazón y mi pensamiento junto a todas aquellas víctimas civiles, junto a sus viudas y madres, y no puedo evitar que mi corazón llore con ellas, impotente y avergonzado, por una masacre que la Comunidad Internacional pudo haber evitado. Y no lo hizo.
Ricardo Rodríguez Cid, médico, cooperante en Bosnia en aquellos años, "ojalá hubiera podido y sabido hacer mas por aquellas personas, por todos aquellos pacientes que tuve...." Siempre estarán en mi corazón.